sábado, 21 de julio de 2007

Entre los muertos y el dinero

El sol se refleja sobre un angosto camino de pavimento y lo hace hervir con cada paso. Un señor de gorra roja está sentado a un lado vendiendo flores. Hay otro cerca de él que seca su frente con una toalla pequeña, mientras mira a las personas pasar y tiene una caja con termos de tinto en el piso. Al final del sendero se levanta la puerta del cementerio Calancala, donde no sólo se ganan la vida algunas personas vendiendo rosas, crucifijos y tintos, también hay quienes lo hacen rezando por muertos que nunca conocieron.

William Ibarguen es moreno, un poco encorvado, tiene puesta una sudadera y un bolso a medio lado. Camina despacio y mientras entramos al cementerio me pide que nos sentemos a hablar en una banca de la capilla, para que no le dé el sol en el rostro. Es sábado y la noche anterior, como todos los fines de semana, bebió. Por eso su voz está ronca.

Nació en Barranquilla y vive con su madre en el barrio Carrizal, al sur occidente de la ciudad. Tiene 44 años y desde hace siete es rezandero en el cementerio Calancala.

Una joven rubia vestida de negro camina al lado de una mujer que parece ser su madre mientras se acercan a la capilla. William las mira, espera unos segundos y les pregunta sonriente: ¿Va a rezar?, la joven sonríe y le contesta: Vamos a ver como es que rezas tú, si es que rezas bonito. Él se pone de pie y les muestra un atajo para llegar a la tumba que buscan. William camina entre las callejuelas del cementerio como quien conoce las calles de su propio barrio.

- ¿Quieren el rezo hablado o cantado? -les pregunta él cuando están los tres frente a la tumba.
- Mejor cantado porque mi hermano todavía era un niño- responde Carmen, la joven. En ese instante mira a su madre esperando su aprobación.

William pone las manos sobre su cuerpo, frunce el ceño y empieza a cantar lo que parece una combinación entre el rezo de una misa dominical y una canción de cuna. Habla de la injusticia de una muerte temprana, de Dios y de los ángeles.

La sonrisa que tenían las mujeres hace unos minutos se desvanece. William termina de cantar y como es costumbre para despedirse del muerto luego del rezo ambos tocan la lapida. Después él le pasa una piedra a Carmen para que se la tire a la tumba, porque ella es de estatura baja y no alcanza.

Carmen le entrega dos mil pesos a William, la sonrisa vuelve a su rostro cuando caminan hacia la puerta del cementerio y le dicen al rezandero que van a volver a rezar con él, porque lo hace bonito “Nosotras podemos rezar, pero ellos tienen algo: es la tradición. Y el alimento del muerto es la tradición”, sentencia Carmen.

William está en el cementerio todos los días desde las 8:00 de la mañana hasta las cinco de la tarde, casi siempre rezando como lo hizo para Carmen y su madre. Cuando se acerca una caravana de personas con un muerto en los hombros se detiene a detallarlos, intenta darse cuenta de que religión son los familiares del muerto, si aparentan ser católicos se acerca, reza al lado de la tumba, en el camino y cuando lo están sepultando. Padres nuestros, ave marías, y otros rezos que sólo él y los otros rezanderos conocen. En algunas ocasiones llora y se lamenta por el difunto. Cuando todo termina se dirige a los familiares y les pide una colaboración. De esta manera gana en un mes de 350 a 400 mil pesos. “Lo hago para sobrevivir, con esto me sostengo”, dice William.

***

Es domingo en el cementerio Universal, no muy lejos del Calancala en el sur de la ciudad. Casi es medio día y en las callejuelas del camposanto se siente un olor a rosas que lo hace parecer un jardín. Otilia Cassiani es morena, delgada, viste una camiseta roja y tiene un pañuelo entre sus manos, está recostada a una pared mirando la tumba de su hermana. Espera que algún rezandero pase pero no ha contado con suerte.

Al lado de Otilia está la señora Nuri Torre de Campo, junto a su esposo Roque Campo. La señora Nuri viste de blanco, tiene un gorro que la cubre del sol y encima del gorro algo que parece un velo y le tapa levemente el rostro. La señora Nuri termina de ver la tumba de su hijo y sin ningún motivo se acerca a Otilia para decirle que los únicos rezos para su hijo que le llegan a Dios son los de ella, porque los siente y porque los rezanderos sólo rezan por dinero. Otilia calla ante el comentario y la señora Nuri empieza a caminar con su esposo entre las rosas.

El señor Roque se da la vuelta cuando le pregunto que piensa sobre los rezanderos. Él tiene puesto un sombrero, camina un poco cojo, dice que es católico y sin responder a la pregunta comienza a decir que las personas que más roban en este país y le lavan la cabeza a la gente, después del gobierno son los evangélicos.

“Mi hijo murió, lo mataron para quitarle la moto, y saben de quién es culpa, de este gobierno, por este gobierno es que hay tanta violencia.” sentencia la señora Nuri cuando termina de hablar su esposo.

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Cuando era niño William jugaba fútbol en las calles de su barrio, también ayudaba a su madre a realizar los oficios de la casa. Se sonríe un poco cuando dice que a los 13 años se dio cuenta que era homosexual y que le tocó escapar de su hogar a esa edad, porque su hermano mayor, que era policía, le iba a dar una paliza.

Cerca de su casa quedaba una funeraria y cuando tenía 15 años le gustaba entrar ahí sólo para ver quién había muerto. “No sé por qué, pero me gustaba observar a la gente llorando, iba a todos los funerales y entierros que pudiera, así no conociera al muerto o a sus parientes. Mi familia y mis amigos me decían el come muerto” recuerda mientras se ríe sentado en la banca de la capilla.

En el cementerio Calancala hay cuatro rezanderos más aparte de William; sin embargo, él dice ser el que más clientes tiene, aunque reconoce que la competencia es dura. Recuerda que una vez una de las rezanderas más antiguas del cementerio se acercó hasta donde él estaba trabajando con una de sus clientes más fieles, a decirle que los rezos de un homosexual no los escuchaba Dios. La señora Gloria, que era amiga de William, le respondió que en la viña de Dios cabían todos, sin importar lo que hicieran con sus vidas. Para él, esa ha sido una de las grandes victorias que ha ganado en su vida y en las callejuelas del cementerio.


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El padre Juan Bautista Flores tiene el cabello corto y su acento es paisa, aunque suena como si fuese de España. Trabaja en la iglesia de Chiquinquirá, en la calle Murillo, cerca de los cementerios Calancala y Universal. Según el padre, los rezanderos no hacen parte de la iglesia, pero son aceptados por ser una manifestación de la religiosidad popular.

Para el padre, el que William sea homosexual no es un inconveniente en su vida religiosa, ni en su oficio de rezandero. “Dios lo escogió para cumplir una misión, lo escogió con sus virtudes y defectos, aunque existe un problema con la ética”, confiesa cuando se refiere al rezandero del Calancala. En lo que no está de acuerdo es en el hecho que los rezanderos se dirijan a Dios por dinero; sin embargo, él mismo dice que no es quién para juzgar y comenta que hasta en la misma iglesia hay muchos curas que viven su vocación y vida como la de cualquiera que anda por fuera de ella.

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La tarde empezaba a caer mientras yo caminaba al lado de William, nos dirigíamos a la salida del cementerio. El último de sus rezos acababa de terminar a esa hora y las puertas del Calancala estaban apunto de cerrarse. Mientras caminábamos cerca de la capilla comentó con una sonrisa en el rostro que de niño él era muy ignorante.

- ¿Por qué dices eso? -le pregunté-.
- Porque cuando yo era niño estaba convencido de que los ricos y los presidentes no se morían.



Foto: Vanessa Romero

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hace mucho que leí este post, pero no se por qué no deje mi nombre.
Aquí en Chile, hace muchísimo tiempo se les pagaba dinero a "las lloronas", para llorar sobre el féretro, para lamentarse, para rezar por él, etc. Bueno eso ya no ocurre hoy en día...
Cada país tiene su propia cultura, pero a mi nunca me han gustado ese tipo de trabajos, pero en fin... hay que ganarse el dinero de alguna forma verdad?

AlejandroAngel dijo...

Excelente esta crónica de los plañideros...

hace mucho tiempo, cuando vivia en Barranquilla hice algo parecido con Willian pero en formato audiovisual... te dejo el link.

Vendedor de Lagrimas

ya me daré vueltas por acá a ver que nuevas cosas me encuentro.

saludos.