viernes, 21 de marzo de 2008

Los santos, el demonio y Rock and roll...

Ese era el peor lugar del mundo. Y para mi lo era por dos razones. La primera era que casi siempre me sentía al borde de un paro respiratorio. Cada ejercicio era peor que el otro. El sudor se derramaba por mi cara, por mi espalda y debajo de mis brazos sin parar siquiera un segundo.

La profesora Angélica bien podría haber sido una atleta olímpica. Ganar cientos de medallas, hasta podría haber entrenado a todo un batallón de soldados, estoy seguro de eso. Pero no fue así, porque decidió salvar almas en la Iglesia evangélica de mi barrio todos los fines de semana y torturar niños martes y viernes en sus clases de educación física por el resto de su vida.

La segunda razón por la que creía que ese era el peor lugar del mundo. Aparte de escuchar a la profesora Angélica gritar ¡aleluya! cada vez que terminábamos alguno de sus endemoniados ejercicios. Era que tenía que cerrar los ojos muy, pero muy fuerte, la última media hora de la clase de los viernes. Para que ningún demonio o espíritu inmundo que saliera de la casa de oración, como decía la profesora Angélica, entrara en mi a torturar mi alma para siempre.

***

Los miércoles y viernes había culto en la casa de oración. Era mucho más pequeña que la iglesia. Todo estaba en el mismo lugar, la casa de oración, el colegio y la Iglesia.

La casa de Oración era un salón cerrado que quedaba justo al lado del patio en el que hacíamos educación física. Nos sentábamos y hacíamos un círculo alrededor del hermano Alfredo, que usaba gafas, se abrochaba la camisa hasta el botón del cuello y se ponía los pantalones justo a la altura del ombligo.

Había en esos cultos por lo menos uno o dos exorcismos. El hermano Alfredo oraba, reprendía, tomaba la Biblia y por alguna razón, cuando ya estaba sudando a cantaros de tanto orar, alguno de mis compañeros terminaba cayendo al piso dando gritos y revolcándose sin parar.

La profesora Angélica, que vestía una falda hasta los tobillos, incluso en sus clases de educación física, también estaba ahí, y nos decía que cuando pasaba eso era que los demonios y los espíritus inmundos estaban saliendo de nuestros compañeros y por eso debíamos cerrar los ojos muy, pero muy fuerte, para que ninguno entrara en nosotros a poseer nuestras almas para siempre.

En los cultos de los miércoles siempre estaba al lado de Jaider, mi mejor amigo, y de Rossana, una amiga de él. Jaider casi siempre estaba callado. Corría como nadie y nunca en ningún juego alguien podía alcanzarlo.

Rossana acababa de entrar al colegio -Jaider y yo llevábamos seis años- Ella vivía por la carrera 14. Creo que su mamá y la de él eran primas. Rossana usaba el uniforme -un vestido muy largo de cuadritos azules- con botas negras que le llegaban casi a las rodillas. Y casi siempre tenía los ojos y las uñas pintados de negro.


***

Todos los días caminábamos juntos de regreso a casa. A mi me gustaba ese camino, y creo que a ellos también, porque en mi barrio, como muchos al sur de Barranquilla, cada casa es de un color distinto y cada una tiene un árbol justo enfrente.

-Quieren escuchar? –Nos preguntó Rossana.

-No –Contestamos los dos casi al tiempo-
Rossana solía escuchar por esos días Rock and Roll...-ella lo decía completo, no Rock, sino Rock and Roll-
-Cómo saben que no les gusta, si siempre que les digo me dicen que no -Nos preguntó-


-¿Has escuchado de los mensajes subliminales? le dijo Jaider
-¿Han escuchado ustedes, de las huevas del gallo? Contestó, contundente, Rossana.



***

Casi todos habían caído al piso en los cultos de los miércoles. Por lo menos un demonio les habían sacado. Casi a todos, menos a Jaider, a Rossana y a mi. Cada miércoles Jaider y yo mirábamos muertos del miedo, o más bien, cerrábamos los ojos muertos del miedo.

Rossana siempre se reía de lo que pasaba. Según ella, nunca había cerrado los ojos, ni siquiera una sola vez.

Ella era un poco mayor. Se la pasaba leyendo siempre muchos libros. Cuando íbamos de regreso a casa todos los días nos contaba de lo que hacía la gente en otros lugares, y juraba que mientras nosotros creíamos que era de día, en otras partes ya era de noche. Y una vez mirando el cielo cuando había oscurecido nos dijo que lo que nosotros creíamos aquí, podría no valer nada, si estuviésemos en la luna.


***

Cuando faltaban pocas semanas para terminar el año. El hermano Alfredo comenzó hablar del mal. De los jóvenes que escuchaban esa música rara, el Rock, y que pintaban sus ojos y uñas de negro. Influenciados por mensajes subliminales que estaban por todas partes. Y cada vez se acercaba más a donde nosotros, con cada palabra, con cada paso que daba dentro de la casa de oración.

Hasta que llegó justo a donde estaba sentada Rossana y puso una mano en su cabeza. Y antes de que siguiera Rossana le quitó, muy sutilmente la mano al hermano Alfredo, y todos, sorprendidos, se quedaron mirando.


-Puedo decir algo?


- hmmm….claro –Respondió el hermano Alfredo con una sonrisa cínica, como un bandido del viejo oeste, que tiene a su enemigo de rodillas y la pistola cargada-

En ese instante, todos estaban con los ojos bien abiertos, porque ese día no habían sacado el primer demonio, y al parecer, no iba a ser ninguno de los que estaban dentro de Rossana.


- ¿Qué pasaría si viviéramos en la India donde no hay demonios a quienes temer, o en África, donde solo creen en la luna y el sol? -decía Rossana- Si el demonio existe ¿por qué solo atormenta a la tercera parte de la humanidad? – terminó, y en la casa de oración, nunca hubo tanto silencio-.

El hermano Alfredo dio dos pasos atrás. Nos miró a todos y luego volvió a donde Rossana. Puso la mano muy cerca de su cara y gritó más fuerte que cualquier demonio que hubiese sacado…


-¡Sal de aquí Satanás y déjala en paz!

Y efectivamente Rossana, que se puso tan blanca como un papel, salió corriendo de la casa de oración, y yo sin saber muy bien porqué, salí corriendo detrás de ella.


-¡Mario cierra los ojos! –me gritó la profesora Angélica.

Pero no los volví a cerrar, ni ese día, ni ninguno de los que siguieron.

***
Desde aquel día todo cambió. Hasta para Jaider que también salió corriendo y como nunca había pasado lo atraparon e intentaron exorcizarlo, pero no le sacaron nada. Y los tres, como siempre, seguimos caminando a casa juntos, debajo de los árboles, con las casas de colores como testigo de nuestro paso. Y cada día, Rossana nos siguió contando de libros y de la gente en otros lugares. Hablábamos y turnábamos los audífonos, para escuchar un poco de Rock and roll e intentar descubrir como serían las cosas, si viviéramos en la luna.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

valla, me has sorprendido, que bonito tu cuento que bonito es despertar, al final no se si alguien tendra algo de razon en esta vida loca pero de lo que estoy segura es que puedes decidir si pasarla sufriendo o bailando en una gran fiesta, el cielo esta muy azul hoy, puedes hacer que ya todos tus dias sean azules. mira te dejo otro aforismo del libro de kahlil gibran. A mi me gusto siempre. un abrazo!

EL NUEVO PLACER

Anoche inventé un nuevo placer. y me disponía a probarlo por vez primera cuando un ángel y un
demonio llegaron presurosos a mi casa. Ambos se encontraron en mi puerta y disputaron acerca de
mi placer recién creado; uno de los dos gritaba:
-¡Es un pecado!
Y el otro, en igual tono aseguraba: - ¡Es una virtud!

Medias con rombos dijo...

Alberto! Me gustó mucho tu cuento! Creo que es lo mejor que has publicado! Que maldición esos demonios imaginarios que nos hemos inventado los humanos para explicar todo lo malo que nos rodea....

El hablador dijo...

Esta bueno el cuento!

Lo invito a ver el nuestro Sopó contado y encantado