viernes, 19 de septiembre de 2008

A Ramón Illán no lo dejaban comer manzanas


—Aja, hola cómo estás, dime, cuéntame, qué andas leyendo— me dice, como siempre, hablando muy rápido y dibujando cada palabra con su rostro

—Melodrama, de Jorge Franco

Y él, que mostró en su cara como se descomponía el mundo ante mi respuesta, se llevó ambas manos a la cabeza y me dijo:

—No, no, no, dime, explícame, ¡por qué haces eso!
—Pues profe, la narrativa, los personajes, el…— interrumpió.
—Procura empezar a leer primero a los grandes, ¡a los grandes!: Dostoievski, Tolstoi, Balzac, pero Franco, qué es eso, no, no me parece…

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Ramón Illán Bacca es un escritor, periodista y crítico literario que desde hace 30 años ha publicado cuatro novelas y tres libros de cuentos, numerosas investigaciones y algunas recopilaciones de narrativa local. Actualmente es profesor de literatura en la Universidad del Norte y publica una columna, “Puntos de Bizca”, en el Periódico El Heraldo cada quince días. También estudió Derecho, pero esa no fue, precisamente, una profesión de sus afectos.

Desde que lo conocí siempre que me ve pregunta lo mismo, con pequeñas variaciones: “¿Qué andas leyendo?, ¿has escrito algo?, ¿qué te pareció esta película?, oye, aja, ¿ya te los leíste, cuándo vas a devolverme los libros que te presté?”.

Una de sus biografías dice que nació en Santa Marta en 1942, otra que en 1940, y en una muy pequeña reseña en la contraportada de su última noveleta, La mujer del defenestrado, como con ganas de ponerlo más viejo, que en 1938. Él, que es el único que podría aclararle el asunto a la historia, prefiere mantenerlo en secreto.

En la guerra no hay manzanas, es uno de los cuentos publicados en su libro Marihuana para Goering, en 1976. “Si quieres saber cómo fue mi infancia, tienes que leerte ese cuento y ya está”, dice. Aquel relato tiene como personaje central a Benjamín, un niño que vive al lado de su abuela, el tío Nicolás y dos franceses que viven en un hotel cercano a su casa durante la Segunda Guerra Mundial.

Sus allegados, que se la pasan pegados al radio escuchando reportajes de la guerra, prefieren mantener al niño, en contra de su voluntad, lejos de todas esas historias. El pequeño Benjamín, mientras tanto, se la pasa en aquellos días creando personajes, inventando leyendas y contándole de los 3 mosqueteros a Gastón —uno de los franceses—.

A veces, tentado por lo que podía encontrarse en un bodegón colgado en una pared del comedor de su casa, cerca a la alacena, solía preguntarle a su abuela: ¿Por qué no me das manzanas?; y ella, que casi siempre estaba leyendo revistas de farándula —en ese tiempo ya existían— en una mecedora, molesta, respondía:

—¿Cuántas veces te lo he dicho?, estamos en guerra, ¡y en la guerra no hay manzanas!

La editorial que iba a sacar Marihuana para Goering en los 70s fue embargada días antes del lanzamiento. Un tiempo después, mientras caminaba por el centro de Barranquilla, Ramón Illán vio el tumulto de libros en un estante. Cada tarde, desde ese día y durante un par de meses, se fue a mirar, sin que nadie se diera cuenta, quién se acercaba a comprarlo.

Hasta hoy Maracas en la Opera ha sido su trabajo más reconocido, fue publicada en 1999 y el año pasado fue nombrada por la crítica como una de las 25 novelas más importantes de Colombia en el último cuarto de siglo.

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Continuamente usa la camisa a medio encajar en el pantalón, parece que hubiese salido corriendo de alguna parte. Termina todas las frases con un comentario irónico, burlándose de una realidad y de un mundo que nunca ha logrado capturarlo y someter a sus presiones. Es como si se le escapara a las normas y a los juicios con chistes, como lo haría quien se ha quedado al lado del camino mirando todo lo que pasa, burlándose para dentro y construyendo su propio destino.

Sus padres murieron cuando apenas era un niño y las tías que lo criaron lo enviaron a Medellín en 1960 para que estudiara algo “importante”. “Ellas creían que estas carreras, Filosofía y letras, Sociología, Periodismo, no servían para nada, nadie lo creía en esa época, bueno, tampoco nadie lo cree ahora…ja…”, dice. Empezó entonces, bajo la custodia de sus retrógrados parientes a estudiar Derecho en la Universidad Pontificia Bolivariana.

“...Mmm..... sí, ja, sí me expulsaron de la UPB., y mira te cuento, lo hizo un tipo, que si el infierno existe, él debe estar allá, Monseñor Félix Henao Botero, y mira, me dice que dizque yo era una manzana podrida, y el muy descarado me indica que yo debía entender que él no podía dejarme para que estuviese ahí dañando a los demás muchachos, pero que va, todo eso era mentira, yo sólo me la pasaba por ahí, hablando con mis amigos de literatura, también andaba con unos Nadaístas, y de vez en cuando iba a reuniones del MRL —Movimiento Revolucionario Liberal— y ya, ¿qué es eso?, nada, absolutamente nada, a nadie le estaba haciendo daño… y sabes, sabes a quien más expulsaron de ahí, a Fernando Botero, Héctor Abad Faciolince y Gustavo Álvarez Gardeazabal, ¿puedes creer?...”

Después de pasar algunas noches borracho en la ciudad se montó en un camión para regresar a Barranquilla. “Estaba tan decepcionado que lo primero que hice cuando arrancamos fue quitarme los zapatos y tirarlos lejos, así regresara descalzo, porque estaba tan decepcionado y dolido por semejante injusticia, que ni la tierra me la quería traer de regreso”.

En Barranquilla terminó lo que había comenzado en Medellín, se hizo abogado y confiesa haber trabajado en “las cosas más aburridas del mundo”. Uno de los puestos que ocupó fue el de secretario privado de la gobernación del Magdalena, en el que lo más importante que hizo fue coronar a la reina de belleza Josefina Noguera en 1967 con un discurso que no sobrepasó el minuto:

—Josefina. En esta época de guitarras electrónicas y minifaldas se imponen los minidiscursos. Te declaro la mujer más bella del Magdalena.

***

En una librería, buscaba sigiloso La vida Breve de Juan Carlos Oneti:
—¡Qué rabia! el destino cruel no quiere que lo encuentre”— dijo, y volvió a repasar con la mirada el borde de los libros en un estante. —Ja, mira aquí está—. Le quitó el plástico y comenzó a ojearla.

—¿Qué te parece él?— le pregunto, señalando otro libro.
—¿Vallejo? No, no, me cae muy mal, dice unas cosas para llamar la atención. La otra vez en Medellín se puso a decir que había que odiar a las madres y no sé que cosa… Mira, este es otro que me cae mal.
—¿Quién, Jon Lee Anderson?— le dije señalando la autobiografía del Che Guevara escrita por Anderson.
—No, el Che. Era un tipo muy cruel, leí un libro sobre él y lo retiré de mis afectos, abandonaba a sus compañeros heridos, era un tipo muy deshumanizado. Y eso, que yo soy un poco como de izquierda, izquierda centro, pero el Che, el Che me cae mal.

***

—¿Bueno, qué más quieres saber?
—No profe, creo que ya terminamos, además, no tengo tanto espacio.
—hmmm… Suele pasar. Has visto las noticias estos días….
—Sí, algo, lo de la liberación de Ingrid y los soldados, ¿usted cree que ya se esté acabando esto?
—mmm..., no, han pasado cosas, unas buenas y otras malas, normales en un conflicto como este. Pero todavía falta tiempo para que podamos comer manzanas.



1 comentario:

paramatareltiempo dijo...

Aunque no tengo el gusto de conocer a este mítico personaje barranquillero tus descripciones me acercan un poco a él. Sólo he leido una de sus novelas, Deborah Kruel, creo, hace muchos años. Que honor tenerlo de profesor.